sábado, 28 de julio de 2012

La experiencia personal continúa

Extendiendo un poco una experiencia propia que contaba en un post anterior, una vez, hace no mucho tiempo, me perdí. Algunas filosofías considerarán que uno no se pierde porque todo lo que hace es dentro de su propio contexto. A modo de desambiguación digo que, sea el caso que fuera, esta alienación no se sintió cómoda.
Hoy leí un libro. Si bien nunca había abandonado la lectura, la había dosificado muchísimo. Hoy tomé un libro que no había notado antes que estaba en casa, y lo devoré, entero. Así era como leía en la adolescencia. A los trece años descubrí (o mejor dicho, reafirmé cabalmente) que el entorno en el que me encontraba era absolutamente frívolo y despreciable. Encaré entonces una reclusión que, paradójicamente, no se trataba de encogerme dentro de mí mismo, sino de extender mi mente y mi espíritu. Lo hacía porque no estaba tan solo como parecía: me acompañaban los libros, "mis amigos invisibles", como los describe Abril Sosa en una canción de Cuentos Borgeanos.
Hoy recordé lo que se sentía abrir una ventana de papel y viajar a través del tiempo, del espacio, del espíritu del autor y del de uno mismo. Dejarse llevar y que no pese más el tiempo y las responsabilidades, que uno deje de ser tan uno, con las paredes tan duras y tan definidas.
Entonces me di cuenta de algo: perdí de mí mismo más cosas de las que pensaba, y aún no las terminé de recuperar. ¿Es que acaso pasé de ser un adolescente odiado con su contexto, a ser un adulto que cree que se adapta mejor, cuando en realidad lo que hace es enjaular su propia mente en pos del conformismo? Definitivamente esto no es lo que quiero para mí. Entonces caí en la cuenta de algo más: aún no me perdoné a mí mismo. Es indescriptible la vergüenza que siento por haber sido tan falso. Antes tenía la teoría que uno no disfruta de las cosas salvo que después de hacerlas pueda tomarse el tiempo para reflexionar sobre ellas. Ahora estoy volviendo a creer lo mismo, por lo tanto tal vez haya un agujero negro en mi vida en el cual me venció la ansiedad y no gocé de nada. ¿Dónde estaba toda esta curiosidad, estaba dormida?
Quiero salir del estado actual y volver a ser como antes, porque no puedo permitir que la vida me pase por al lado sin siquiera inmutarme. Supongo que ya lo haré, cuando supere este repudio que estoy sintiendo por mis propias acciones.

lunes, 23 de julio de 2012

Afectos y miedos, una asociación extraña pero frecuente

Hoy pensaba en cómo a veces tenemos miedo de querer, y no por las heridas que nos pueda provocar la otra persona, sino por la forma en la que se nos genera el afecto.
A veces he dudado si mi forma de querer será la correcta, si será correcta la mesura y si lo será el destinatario. Otras, aún más frecuentes, si mi afecto es realmente beneficiario para ese ser, o si es dañino. Si es capaz de respetar a la esencia del otro alma, o si pretende modificarla.
También si seré capaz de controlarlo o si crecerá como una bola de nieve, abarcando toda obsesión y todo exceso. Si me hará dejar de ser quien soy, para convertirme en algo asfixiante. O si, por el contrario, no sabré expresarlo de la manera correcta. Si sería capaz de generar falsas expectativas que luego jamás podría cumplir. Yo no temo sufrir, pero lo último que quiero es hacerle un mal a una persona.
Sólo espero que el verdadero afecto aún pueda respirar debajo de todos estos escombros que lo tapan y le estorban.

miércoles, 4 de julio de 2012

"This I promise you, my love"

Hace mucho que estoy buscándole la vuelta a esto de la promiscuidad y no se la encuentro.
Nick dijo que el 80% de las aves tiene pareja de por vida y de los primates ninguno. Sluts, dijo.
Cuando lo vea de nuevo le voy a preguntar que opina de esto, cuando se justifica y cuando se condena la promiscuidad.
Me encanta el color berenjena, es violeta casi negro. Siempre escribo berenjena y jengibre con g. La g es más linda que la j porque es más gordita. Las berenjenas, por su lado, como verdura, no me placen ni lo mínimo, son asquerosas.
Me enamoré de una chica este invierno, pero ella nunca lo supo, lo viví solo acostumbrándome a su ausencia para poder ponerle los puntos con más fuerza, pero me voy de viaje a la concha de tu hermana la semana que viene y no creo que llegue a decirle antes. No sé si quiero que lo sepa.
Pero me prometo un clímax


La caída del fichín (entre otras decadencias)

La otra noche estaba en el centro y tenía que hacer tiempo. Siempre sabía que para pasar el rato podía ir con unos pocos pesos al fichín (fichín: local de videojuegos con fichas) a jugar a los clásicos de mi infancia.
El que piensa en un fichín lo recuerda como un lugar de pura diversión, tal vez algo sucio, concurrido por demás, perfumado a sudor, pero también por eso un lugar libre, donde estaba permitido golpear frenéticamente los botones sin la menor sensación de culpa.
Me encontré, en cambio, con un recinto vacío. Literalmente, el único visitante era yo. El sujeto de la caja me miraba como cuando están por cerrar el supermercado y se queda el último empleado rogando que el último cliente decida rápido qué va a llevar. La radio sonaba y logré darme cuenta que no era Radio Bajón sólamente porque aún no existe en el espacio radial. Las fichas, antes diez unidades por un peso, costaban ahora un peso cada una.
Con el dinero que antes me hubiese asegurado una estadía de dos horas o más, compré ahora cuatro fichas. No pude ni despedirme correctamente, las máquinas estaban todas en una gran falta de mantenimiento. Nada funcionaba bien, ningún juego invitaba a ser jugado. Me retiré de la que temo que pueda ser mi última visita.
El lugar que me había dado tantos placeres solo, con mi padre, con alguna novia, con una patota de amigos; está ya colocándose el traje de recuerdo. Y seguramente pase lo mismo con los demás fichines.
Otra víctima de este fenómeno es el videoclub... ¿cuántos videoclubes quedan en la ciudad, y por cuánto tiempo? El día que me dijeron que Videomanía está de a poco vendiendo todas sus películas y abriendo en un horario cada vez menor, sentí como si una fuerza mayor estuviera generando un cambio cósmico que tiene como fin eliminar de mi vida todas las noches de los fines de semana.
Soy un tipo de entretenimientos simples, me gusta hacer siempre lo mismo, dejar que mis nuevas experiencias se junten con las de antes en los mismos lugares. Ahora que esos lugares están desapareciendo, tengo la sensación que un día voy a ir caminando por las calles de mi ciudad y no me voy a encontrar por ninguna parte. Los 'yo' del pasado están cada vez en menos lugares, y si el olvido y el abandono de otra persona duelen... no puedo describir cuánto duele ir dejándose a uno mismo.
Recién ahora comprendo a qué se debe ese brillo en los ojos de mi padre cada vez que me habla de los viejos cines, los juegos mecánicos, las tardes en las que se estilaba salir en bicicletas y era seguro. Últimamente sólo se ilumina cuando habla de cosas que para mí nunca existieron.
Y las mías, creí que siempre iban a estar ahí. Miro alrededor y siento como si me hubiese mudado, aunque siga viviendo en las mismas coordenadas.