Las cosas han sido un poco extrañas últimamente.
Hoy conversaba con Pablo y le decía que me sorprendía que, siendo la rebeldía una de mis características más fuertes, no haya podido rebelarme contra mí mismo y me haya vuelto tan dogmático.
Pensé que tal vez con justa razón estuve tan enojado conmigo, entonces decidí que la manera de dejar de ser tan el yo de siempre era haciendo cosas que normalmente no haría.
Lo vengo realizando y los resultados frecuentemente son, para mi sorpresa, gratos. Otras veces no tanto, pero le tomé el gusto a esto de aprender a cometer el error primero y despues reconocerlo. Soltar riendas y cadenas, liberarse de la prisión que uno mismo construyó y mantuvo.
Algunas experiencias se vieron un poco frustradas porque mi antagonista (o sea yo mismo, como era de esperarse) insistió en culparme por estar sintiendome bien. "Vos tendrías que estar angustiado en este momento." ¿Qué tan malvado se puede ser con uno mismo?
La sorpresa (cuando es grata) es uno de los factores más bellos de la vida y este afan de tener todo bajo control la estuvo coartando por completo. Vivir de ese modo es sinónimo a gran escala de lo que sería participar de una conversación pero hablando al mismo tiempo que los demás y a los gritos, nunca escuchando. Despues del ruido los oídos necesitan unos segundos para volver a adaptarse al silencio. Al principio, el mismo es absoluto y luego la audición comienza a abrirse y captar los sonidos sutiles.
Volver a escuchar cómo el viento hace danzar a las hojas de los árboles y volver a sorprenderse de lo elemental. Recordar la belleza de las cosas simples que siempre estuvieron ahí pacientes ante nuestra negligencia.