Hace una semana un amigo me decía que tenemos dos muertes. Una es la del cuerpo, conocida y temida por todos.
Pero la otra es la más interesante: la muerte del ego. La destrucción de lo que creemos que somos. Porque por cada cosa que creemos que somos, en realidad nos estamos limitando a vaya uno a saber cuántas otras que no nos dejamos ser por falta de coherencia.
Qué oportuna que me vino esa reflexión. Es que estos últimos meses, o este último año tal vez, estuve sintiendo ganas de "matarme". De matar al viejo yo coartado por sus propios prejuicios, de ya no permitir que lo que hice o fui en el pasado limite mi presente y mi futuro.
Quisiera ser todo lo que no fui y hacer todo lo que no hice por cobardía; ser un poco impredecible, especialmente ante mis propias predicciones.
Estoy desandando caminos y reencontrándome con cada bifurcación del pasado. Siento haber elegido mal gran parte de los caminos, y trato de encontrar la manera de acomodarme y posicionarme donde estaría si hubiera tomado el otro rumbo en esas encrucijadas.
Otra vez pretencioso, intentando ganarle al tiempo. Es evidente que la vida me hizo obstinado por algo.
Pasé años y más años pensando que no pertenecía a ninguna parte, que era un nómade que sobraba en los círculos sociales y sólo aportaba con intervenciones pasajeras. Ahora creo haber encontrado un lugar, porque cuando me cuentan historias de los años pasados me maldigo preguntandome qué hacía que no estaba ahí. Llegué tarde y me perdí gran cantidad de eventos. Pero creo que llegué...
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