domingo, 10 de marzo de 2013

El fantasma


El barrio de La Perla fue moneda corriente de este verano que se va, hogar casi diario de aventuras jubilosas entre nuevos y grandes amigos.
Una noche, entre las cinco y las seis de la mañana, decidí tomar la costa para hacer parte del camino de regreso a casa. Olvidé que había estado evitando ese camino antes por una razón: en una de esas playas había un fantasma. O dos. Un fantasma es alguien que ha muerto pero se niega a dejar un plano existencial. Y ahí estaba yo en mi versión reverberante, y ahí estaba ella, al lado.
Esa noche y las anteriores habían sido tan eufóricas que sentía tener la energía y el coraje suficientes para esta vez enfrentarme. Así que me quité el miedo y los vi.
Estábamos sentados sobre una piedra en el medio de la arena, una butaca privilegiada para contemplar el mar. Era esa misma hora, pero una noche tal vez unos ocho meses atrás, o más. Me sentía cómodo con ella como si no fuera una de las primeras veces que la veía en toda mi vida.
Conversábamos, entre muchas otras cosas, del tiempo. Tal vez éste nos escuchó y se molestó, porque hizo que las horas parecieran minutos.
Hablamos del pasado y dije que tenía la teoría de que el propósito de los momentos era el de convertirse luego en nostalgias.
En ese momento quise bajar a la playa y decirle a ese antiguo yo que ya no pensaba lo mismo, que debía aprender a dejar ir y a no pensar tanto en el final.
Entonces por un instante los dos fuimos uno, el fantasma y yo nos fusionamos. En lugar de ir a hablarme, opté por guardar silencio y escucharla a ella. En un poco más de medio año no había cambiado mi perplejidad ante el sonido de esa voz y esas palabras profundas. Ahí entendí todo: mientras enunciaba mis expectativas de transformarme en un futuro nostálgico, lo que ocurría en el fondo era que rogaba por congelar ese momento y quedarme ahí para siempre.
Pensé en mirarme a los ojos y contarme el futuro. Inmediatamente sentí que no podría arruinarle a ese viejo yo la intriga de conocer el final. Tenía miedo de que si hubiera sabido cómo sería la conclusión, tal vez hubiera elegido evitar embarcarme en esa travesía. Si algo tengo bien en claro es que bajo ningún concepto optaría por no haberlo vivido tal y como fue.
Me sentí bien mientras daba media vuelta y me marchaba en silencio, dejando a los fantasmas solos. Supe que a mis espaldas se liberaban y se esfumaban. De ahora en más podré volver a esas playas y, sin que los fantasmas me obstruyan la vista, divisar en ellas un posible futuro, una nueva historia.

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