viernes, 15 de marzo de 2013

Sueños III: Catástrofe de empatía


Poco más de un año y medio hacia el pasado, salía yo con una joven tan sublime como fugaz. Me acompañaba ella en mi sueño por un paseo por el centro de la ciudad.
Paseamos como si no existiera el resto del mundo durante un momento y luego se tuvo que marchar por más que aún siguiera transcurriendo la tarde. Yo se lo había pedido, le dije que se fuera y se adentrara más en la ciudad hacia un lugar seguro. Le expliqué que yo no podía irme porque aún había gente en la playa y debía ir a encargarme de ellos. Nos despedimos con un beso casual y ella se fue caminando, Yo apuré el paso hacia el lado opuesto.
Llegué a la zona de La Perla y descendí a la playa. El sol estaba próximo a ponerse y un puñado de personas dispersas aún permanecían allí, disfrutando de la paz de ignorar los hechos venideros. Yo ya sentía las primeras vibraciones en el suelo y un murmullo ultragrave desde lejos. Se avecinaba un tsunami y sólo yo lo sabía.
Por qué el destino me había elegido a mí como único conocedor de la catástrofe inminente, no podía saberlo. Pero sin lugar a dudas me había cargado con la responsabilidad de dar la alerta a los demás. Todas las personas tomaban sol con los ojos cerrados y no divisaban la ola monstruosa que ya se acercaba. Grité con todas mis fuerzas y al escucharme pudieron ser testigos del nefasto regalo venidero y huír a tiempo. Con la excepción de unos pocos individuos que, al tener auriculares puestos, no oían mi voz. Tuve que acercarme a ellos uno por uno y sacudirlos para que despertaran, un poco escoltándolos hacia la salida mientras el tsunami ya casi tocaba la playa.
Sabía que era el momento de irme para ponerme a salvo, pero no pude dejar a la última persona que quedaba inerte. Una vez evacuada, quedé solo sobre la arena y me di vuelta para enfrentar mi destino. Inmediatamente, sin siquiera darme tiempo de contemplar el horizonte una última vez, la inmensidad del mar me golpeó violentamente y me arrastró contra la pared de cemento que separa a las playas de La Perla con la ciudad, que se encuentra varios metros más arriba. Pude sentir como si fuera real el dolor del impacto aplastante de la ola, y el de mi cráneo rompiendo contra la muralla.
Todo el cuerpo me dolía intensamente y pensaba en que no tenía por qué haber terminado así y que nunca volvería a verla a ella. Esperaba morirme pronto para no sentir más dolor. Pero mis últimos pensamientos fueron el alivio de saber que tanto ella como quienes estaban en la playa habían sobrevivido.
Siempre dudo si debería estar contento, o si algo de mí me manifestaba estar ya cansado de morir tantas veces por los demás.

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