Noto que las personas tenemos una fuerte tendencia a obsesionarnos con ordenar los hechos de nuestras vidas. Queremos ver al pasado como una colección de sucesos viejos y obsoletos que guardamos en un polvoriento cajón de recuerdos, y al futuro como una puerta que podemos abrir y cruzar a un mundo totalmente nuevo y desconocido.
El presente sería un proceso incómodo de transición entre los anteriormente mencionados.
Este post lo comencé a escribir hace dos noches y planeaba ser algo más extenso, pero me venció el sueño y me acosté dejándolo inconcluso. Ya no recuerdo cómo iba a proseguir y tampoco quería borrarlo o inventar algo que no concordara con lo que sentí en el momento.
Lo único que recuerdo, es que iba a plantear el interrogante de si realmente es así, o si los hechos siempre perduran anidándose entre sí.
Perdón por la brevedad, buenas noches.
martes, 19 de marzo de 2013
viernes, 15 de marzo de 2013
Sueños III: Catástrofe de empatía
Poco más de un año y medio hacia el pasado, salía yo con una joven tan sublime como fugaz. Me acompañaba ella en mi sueño por un paseo por el centro de la ciudad.
Paseamos como si no existiera el resto del mundo durante un momento y luego se tuvo que marchar por más que aún siguiera transcurriendo la tarde. Yo se lo había pedido, le dije que se fuera y se adentrara más en la ciudad hacia un lugar seguro. Le expliqué que yo no podía irme porque aún había gente en la playa y debía ir a encargarme de ellos. Nos despedimos con un beso casual y ella se fue caminando, Yo apuré el paso hacia el lado opuesto.
Llegué a la zona de La Perla y descendí a la playa. El sol estaba próximo a ponerse y un puñado de personas dispersas aún permanecían allí, disfrutando de la paz de ignorar los hechos venideros. Yo ya sentía las primeras vibraciones en el suelo y un murmullo ultragrave desde lejos. Se avecinaba un tsunami y sólo yo lo sabía.
Por qué el destino me había elegido a mí como único conocedor de la catástrofe inminente, no podía saberlo. Pero sin lugar a dudas me había cargado con la responsabilidad de dar la alerta a los demás. Todas las personas tomaban sol con los ojos cerrados y no divisaban la ola monstruosa que ya se acercaba. Grité con todas mis fuerzas y al escucharme pudieron ser testigos del nefasto regalo venidero y huír a tiempo. Con la excepción de unos pocos individuos que, al tener auriculares puestos, no oían mi voz. Tuve que acercarme a ellos uno por uno y sacudirlos para que despertaran, un poco escoltándolos hacia la salida mientras el tsunami ya casi tocaba la playa.
Sabía que era el momento de irme para ponerme a salvo, pero no pude dejar a la última persona que quedaba inerte. Una vez evacuada, quedé solo sobre la arena y me di vuelta para enfrentar mi destino. Inmediatamente, sin siquiera darme tiempo de contemplar el horizonte una última vez, la inmensidad del mar me golpeó violentamente y me arrastró contra la pared de cemento que separa a las playas de La Perla con la ciudad, que se encuentra varios metros más arriba. Pude sentir como si fuera real el dolor del impacto aplastante de la ola, y el de mi cráneo rompiendo contra la muralla.
Todo el cuerpo me dolía intensamente y pensaba en que no tenía por qué haber terminado así y que nunca volvería a verla a ella. Esperaba morirme pronto para no sentir más dolor. Pero mis últimos pensamientos fueron el alivio de saber que tanto ella como quienes estaban en la playa habían sobrevivido.
Siempre dudo si debería estar contento, o si algo de mí me manifestaba estar ya cansado de morir tantas veces por los demás.
domingo, 10 de marzo de 2013
El fantasma
El barrio de La Perla fue moneda corriente de este verano que se va, hogar casi diario de aventuras jubilosas entre nuevos y grandes amigos.
Una noche, entre las cinco y las seis de la mañana, decidí tomar la costa para hacer parte del camino de regreso a casa. Olvidé que había estado evitando ese camino antes por una razón: en una de esas playas había un fantasma. O dos. Un fantasma es alguien que ha muerto pero se niega a dejar un plano existencial. Y ahí estaba yo en mi versión reverberante, y ahí estaba ella, al lado.
Esa noche y las anteriores habían sido tan eufóricas que sentía tener la energía y el coraje suficientes para esta vez enfrentarme. Así que me quité el miedo y los vi.
Estábamos sentados sobre una piedra en el medio de la arena, una butaca privilegiada para contemplar el mar. Era esa misma hora, pero una noche tal vez unos ocho meses atrás, o más. Me sentía cómodo con ella como si no fuera una de las primeras veces que la veía en toda mi vida.
Conversábamos, entre muchas otras cosas, del tiempo. Tal vez éste nos escuchó y se molestó, porque hizo que las horas parecieran minutos.
Hablamos del pasado y dije que tenía la teoría de que el propósito de los momentos era el de convertirse luego en nostalgias.
En ese momento quise bajar a la playa y decirle a ese antiguo yo que ya no pensaba lo mismo, que debía aprender a dejar ir y a no pensar tanto en el final.
Entonces por un instante los dos fuimos uno, el fantasma y yo nos fusionamos. En lugar de ir a hablarme, opté por guardar silencio y escucharla a ella. En un poco más de medio año no había cambiado mi perplejidad ante el sonido de esa voz y esas palabras profundas. Ahí entendí todo: mientras enunciaba mis expectativas de transformarme en un futuro nostálgico, lo que ocurría en el fondo era que rogaba por congelar ese momento y quedarme ahí para siempre.
Pensé en mirarme a los ojos y contarme el futuro. Inmediatamente sentí que no podría arruinarle a ese viejo yo la intriga de conocer el final. Tenía miedo de que si hubiera sabido cómo sería la conclusión, tal vez hubiera elegido evitar embarcarme en esa travesía. Si algo tengo bien en claro es que bajo ningún concepto optaría por no haberlo vivido tal y como fue.
Me sentí bien mientras daba media vuelta y me marchaba en silencio, dejando a los fantasmas solos. Supe que a mis espaldas se liberaban y se esfumaban. De ahora en más podré volver a esas playas y, sin que los fantasmas me obstruyan la vista, divisar en ellas un posible futuro, una nueva historia.
jueves, 7 de febrero de 2013
Hablar a los gritos
Las cosas han sido un poco extrañas últimamente.
Hoy conversaba con Pablo y le decía que me sorprendía que, siendo la rebeldía una de mis características más fuertes, no haya podido rebelarme contra mí mismo y me haya vuelto tan dogmático.
Pensé que tal vez con justa razón estuve tan enojado conmigo, entonces decidí que la manera de dejar de ser tan el yo de siempre era haciendo cosas que normalmente no haría.
Lo vengo realizando y los resultados frecuentemente son, para mi sorpresa, gratos. Otras veces no tanto, pero le tomé el gusto a esto de aprender a cometer el error primero y despues reconocerlo. Soltar riendas y cadenas, liberarse de la prisión que uno mismo construyó y mantuvo.
Algunas experiencias se vieron un poco frustradas porque mi antagonista (o sea yo mismo, como era de esperarse) insistió en culparme por estar sintiendome bien. "Vos tendrías que estar angustiado en este momento." ¿Qué tan malvado se puede ser con uno mismo?
La sorpresa (cuando es grata) es uno de los factores más bellos de la vida y este afan de tener todo bajo control la estuvo coartando por completo. Vivir de ese modo es sinónimo a gran escala de lo que sería participar de una conversación pero hablando al mismo tiempo que los demás y a los gritos, nunca escuchando. Despues del ruido los oídos necesitan unos segundos para volver a adaptarse al silencio. Al principio, el mismo es absoluto y luego la audición comienza a abrirse y captar los sonidos sutiles.
Volver a escuchar cómo el viento hace danzar a las hojas de los árboles y volver a sorprenderse de lo elemental. Recordar la belleza de las cosas simples que siempre estuvieron ahí pacientes ante nuestra negligencia.
Hoy conversaba con Pablo y le decía que me sorprendía que, siendo la rebeldía una de mis características más fuertes, no haya podido rebelarme contra mí mismo y me haya vuelto tan dogmático.
Pensé que tal vez con justa razón estuve tan enojado conmigo, entonces decidí que la manera de dejar de ser tan el yo de siempre era haciendo cosas que normalmente no haría.
Lo vengo realizando y los resultados frecuentemente son, para mi sorpresa, gratos. Otras veces no tanto, pero le tomé el gusto a esto de aprender a cometer el error primero y despues reconocerlo. Soltar riendas y cadenas, liberarse de la prisión que uno mismo construyó y mantuvo.
Algunas experiencias se vieron un poco frustradas porque mi antagonista (o sea yo mismo, como era de esperarse) insistió en culparme por estar sintiendome bien. "Vos tendrías que estar angustiado en este momento." ¿Qué tan malvado se puede ser con uno mismo?
La sorpresa (cuando es grata) es uno de los factores más bellos de la vida y este afan de tener todo bajo control la estuvo coartando por completo. Vivir de ese modo es sinónimo a gran escala de lo que sería participar de una conversación pero hablando al mismo tiempo que los demás y a los gritos, nunca escuchando. Despues del ruido los oídos necesitan unos segundos para volver a adaptarse al silencio. Al principio, el mismo es absoluto y luego la audición comienza a abrirse y captar los sonidos sutiles.
Volver a escuchar cómo el viento hace danzar a las hojas de los árboles y volver a sorprenderse de lo elemental. Recordar la belleza de las cosas simples que siempre estuvieron ahí pacientes ante nuestra negligencia.
lunes, 28 de enero de 2013
Sueños II: La habitación desordenada
Este sueño lo tuve en el año 2009 si no me engaña la memoria.
Había alguien acostado en una cama desordenada, creo que era yo. Me veía en tercera persona, de hecho el sueño eran imagenes desde un punto fijo (como desde la pared) como las mostraría una cámara de cine, sin interactuar. La habitación me correspondía, pero no se asemejaba a mi habitación en el mundo real.
Aplastado por la depresión, no me movía y todo a mi alrededor era un caos. Desparramados por el suelo y las estanterías yacían fotos, cartas, discos, ropa y demás cosas. Lo curioso es que todas ellas eran una representación material de cada uno de mis problemas. Cartas y fotos de personas que me hacían mal o que ya no estaban, o juguetes viejos de la infancia marchita, por ejemplo.
La puerta se abrió para dar paso a una persona desconocida, aparentemente mujer, aunque llevaba una capucha y túnica, apenas se veían sus rasgos físicos.
Esta intrusa llevaba una bolsa dentro de la cual comenzó a dejar caer cuanto objeto había en el desorden del cuarto, no sin antes romperlos si se trataba de papeles.
Por cada objeto que tiraba, yo olvidaba el problema al cual representaba y progresivamente me iba sintiendo mejor. Terminada la limpieza, encendió una hoguera con la bolsa llena de todo lo que había recogido. Mi alma se limpió de penas, mi memoria se abrió para nuevos recuerdos a futuro, y me sentí curado de pesares.
Si bien creo que la metáfora es bastante clara, nunca pude saber si esa persona era alguien que conocía o alguien que estaba por venir. Si así era, al día de hoy me pregunto si ese ser ya apareció en mi vida o sigue siendo alguien por venir. O si se trata realmente de una persona.
Había alguien acostado en una cama desordenada, creo que era yo. Me veía en tercera persona, de hecho el sueño eran imagenes desde un punto fijo (como desde la pared) como las mostraría una cámara de cine, sin interactuar. La habitación me correspondía, pero no se asemejaba a mi habitación en el mundo real.
Aplastado por la depresión, no me movía y todo a mi alrededor era un caos. Desparramados por el suelo y las estanterías yacían fotos, cartas, discos, ropa y demás cosas. Lo curioso es que todas ellas eran una representación material de cada uno de mis problemas. Cartas y fotos de personas que me hacían mal o que ya no estaban, o juguetes viejos de la infancia marchita, por ejemplo.
La puerta se abrió para dar paso a una persona desconocida, aparentemente mujer, aunque llevaba una capucha y túnica, apenas se veían sus rasgos físicos.
Esta intrusa llevaba una bolsa dentro de la cual comenzó a dejar caer cuanto objeto había en el desorden del cuarto, no sin antes romperlos si se trataba de papeles.
Por cada objeto que tiraba, yo olvidaba el problema al cual representaba y progresivamente me iba sintiendo mejor. Terminada la limpieza, encendió una hoguera con la bolsa llena de todo lo que había recogido. Mi alma se limpió de penas, mi memoria se abrió para nuevos recuerdos a futuro, y me sentí curado de pesares.
Si bien creo que la metáfora es bastante clara, nunca pude saber si esa persona era alguien que conocía o alguien que estaba por venir. Si así era, al día de hoy me pregunto si ese ser ya apareció en mi vida o sigue siendo alguien por venir. O si se trata realmente de una persona.
sábado, 26 de enero de 2013
El otro extremo
Y de golpe salió un llanto sincero, profundo. Pero realmente profundo, era la raíz del alma.
Tuve que tirar de una soga muy extensa para ver hasta dónde llegaba y qué había en el otro extremo.
¿Por qué? es que me sentía bien. Ahí caí en la cuenta que todo lo que es extremadamente bello expulsa lágrimas de mí.
Algún infante jugando, la luna llena y su halo de luz cuando está rodeada de nubes, la música que cantan mis amigos. Cruzada cierta línea la sonrisa deriva en un llanto. Repito la pregunta: ¿Por qué?
Y se me ocurrió que existe la posibilidad de que cuando ocurre algo demasiado bello y logramos percibirlo, lloramos por todas las otras veces en las que habrán sucedido cosas similares delante de nuestros ojos y no las notamos.
¿Cuál es el velo que nos tapa de los detalles que suceden todo el tiempo alrededor?
¿De cuántas cosas nos estaremos perdiendo?
Espero que algún día aprendamos a perdonarnos por ser tan ciegos.
Tuve que tirar de una soga muy extensa para ver hasta dónde llegaba y qué había en el otro extremo.
¿Por qué? es que me sentía bien. Ahí caí en la cuenta que todo lo que es extremadamente bello expulsa lágrimas de mí.
Algún infante jugando, la luna llena y su halo de luz cuando está rodeada de nubes, la música que cantan mis amigos. Cruzada cierta línea la sonrisa deriva en un llanto. Repito la pregunta: ¿Por qué?
Y se me ocurrió que existe la posibilidad de que cuando ocurre algo demasiado bello y logramos percibirlo, lloramos por todas las otras veces en las que habrán sucedido cosas similares delante de nuestros ojos y no las notamos.
¿Cuál es el velo que nos tapa de los detalles que suceden todo el tiempo alrededor?
¿De cuántas cosas nos estaremos perdiendo?
Espero que algún día aprendamos a perdonarnos por ser tan ciegos.
lunes, 14 de enero de 2013
El fin del mundo
Aclaración: No pretende esto ser un balance del año, sino más bien un relato de algo muy importante que aprendí. Por eso tambien me tomé mi tiempo en subir este post y no hacerlo pegado al comienzo del año.
Otra vez un hecho de la vida encerró una metáfora en sí mismo. Era la última noche del 2012 y me planteaba si seguir con mi desafío de todos los fines de año. Cada año nuevo me proponía romper mi récord de bombones helados consumidos durante la noche. Lejos de comer 10 u 11 helados como me correspondía, no ingerí ni uno, me dolía el estómago. Podría haberme destrozado igual aprovechando mi carencia de planes para los días venideros, pero decidí poner un punto final y asumirlo: mi sistema digestivo ya no es lo que solía ser. Venía estirando un hecho que debía haber admitido hace años ya, pero temía ponerme fatalista y pensar "a partir de ahora nunca más haré lo que todos los años nuevos".
Entonces me di cuenta que era hora de empezar a afrontar algo que me encargué de generar durante todo el 2012. "Año de cambios" leí en muchos lugares, "el fin no de la especie, sino del mundo como lo conocemos". Creí apasionadamente en eso, pero considerando que a lo largo del año no cambiarían las cosas de manera drástica, sino que se plantarían las semillas, los cimientos, las primeras ideas para una nueva era. Lo mismo elegí para mí.
Porque como pensaba en la fiesta... ya no soy el mismo. Mi vida de ahora en más se irá llenando de nuevos "nunca más".
Ya no puedo comer 11 helados seguidos, no puedo pasar horas y días jugando videojuegos porque me duele la espalda y la vista, ya no puedo escuchar música a niveles altísimos porque la profesión que elegí deteriorará de por sí mis oídos y ahora requieren un cuidado especial para durar más. Ya no puedo pasar días y días encerrado haciendo nada porque ya no es una forma de rebelarme contra una vida que me imponía día tras día ir a la escuela a ser torturado con imposiciones inútiles.
Ahora tengo libres las riendas de mi vida y aunque no me anime a hacer todo de golpe, las tengo que ir tomando. Eso no significa que deba cambiar mi esencia: tendré que aprender a ser un adulto que juega videojuegos cuando puede y como puede, porque lo disfruta, no porque es algo más de lo que se aferra de la infancia. Que disfruta de las golosinas como un placer esporádico, que ama la música y ahora además de escucharla la hace. Mi rebeldía se materializará en acciones, no en inercia.
En el transcurso del año me dediqué a hacer lo primero que creo que hay que hacer para decidirse por un cambio: encontrar razones para no seguir igual. Nunca me había enfrentado tanto a mí mismo como en ese año. Fue una batalla cruel y sanguinaria, abrí mis ojos ante errores y defectos enterrados, me odié como pocas veces. Y tambien me dejé llevar por placeres propios de la etapa de la vida en la cual se supone que debería estar, dejando ir como el lastre la idea de que todo en torno a crecer es pérdida.
Creo que siempre seré melancólico y nostálgico, porque esa es la forma en la que la vida eligió que la viera, pero aunque parezca una paradoja hoy día son esas mismas características las que me impulsan a tomar estas decisiones.
A lo largo del año me dediqué a abrir un camino nuevo el cual aún no empecé realmente a andar porque así somos los mortales, tememos más a lo desconocido que a lo que conocemos y sabemos que es malo.
Necesito tiempo y algo de apoyo. Jamás hubiera pensado que pedir ayuda fuese un acto para el cual habría que juntar coraje.
Otra vez un hecho de la vida encerró una metáfora en sí mismo. Era la última noche del 2012 y me planteaba si seguir con mi desafío de todos los fines de año. Cada año nuevo me proponía romper mi récord de bombones helados consumidos durante la noche. Lejos de comer 10 u 11 helados como me correspondía, no ingerí ni uno, me dolía el estómago. Podría haberme destrozado igual aprovechando mi carencia de planes para los días venideros, pero decidí poner un punto final y asumirlo: mi sistema digestivo ya no es lo que solía ser. Venía estirando un hecho que debía haber admitido hace años ya, pero temía ponerme fatalista y pensar "a partir de ahora nunca más haré lo que todos los años nuevos".
Entonces me di cuenta que era hora de empezar a afrontar algo que me encargué de generar durante todo el 2012. "Año de cambios" leí en muchos lugares, "el fin no de la especie, sino del mundo como lo conocemos". Creí apasionadamente en eso, pero considerando que a lo largo del año no cambiarían las cosas de manera drástica, sino que se plantarían las semillas, los cimientos, las primeras ideas para una nueva era. Lo mismo elegí para mí.
Porque como pensaba en la fiesta... ya no soy el mismo. Mi vida de ahora en más se irá llenando de nuevos "nunca más".
Ya no puedo comer 11 helados seguidos, no puedo pasar horas y días jugando videojuegos porque me duele la espalda y la vista, ya no puedo escuchar música a niveles altísimos porque la profesión que elegí deteriorará de por sí mis oídos y ahora requieren un cuidado especial para durar más. Ya no puedo pasar días y días encerrado haciendo nada porque ya no es una forma de rebelarme contra una vida que me imponía día tras día ir a la escuela a ser torturado con imposiciones inútiles.
Ahora tengo libres las riendas de mi vida y aunque no me anime a hacer todo de golpe, las tengo que ir tomando. Eso no significa que deba cambiar mi esencia: tendré que aprender a ser un adulto que juega videojuegos cuando puede y como puede, porque lo disfruta, no porque es algo más de lo que se aferra de la infancia. Que disfruta de las golosinas como un placer esporádico, que ama la música y ahora además de escucharla la hace. Mi rebeldía se materializará en acciones, no en inercia.
En el transcurso del año me dediqué a hacer lo primero que creo que hay que hacer para decidirse por un cambio: encontrar razones para no seguir igual. Nunca me había enfrentado tanto a mí mismo como en ese año. Fue una batalla cruel y sanguinaria, abrí mis ojos ante errores y defectos enterrados, me odié como pocas veces. Y tambien me dejé llevar por placeres propios de la etapa de la vida en la cual se supone que debería estar, dejando ir como el lastre la idea de que todo en torno a crecer es pérdida.
Creo que siempre seré melancólico y nostálgico, porque esa es la forma en la que la vida eligió que la viera, pero aunque parezca una paradoja hoy día son esas mismas características las que me impulsan a tomar estas decisiones.
A lo largo del año me dediqué a abrir un camino nuevo el cual aún no empecé realmente a andar porque así somos los mortales, tememos más a lo desconocido que a lo que conocemos y sabemos que es malo.
Necesito tiempo y algo de apoyo. Jamás hubiera pensado que pedir ayuda fuese un acto para el cual habría que juntar coraje.
viernes, 11 de enero de 2013
Sueños I: El estuche de contrabajo rojo
Miércoles
No me termino de decidir si los sueños son un mundo paralelo en el que vivimos, y cuando dormimos allá despertamos acá y viceversa; o si son mensajes de nuestro subconsciente o de los de otras personas con las que conectamos. Quizas sea todo a la vez y ambas dimensiones necesitan interactuar entre sí para que podamos vivir en ellas de manera simultánea.
El sueño fue uno de esos sueños reiterados, no sé cuántas veces lo habré visitado, pero esta noche fueron dos seguidas y ya tenía la sensación de haber estado ahí antes.
Era la tarde temprano e iba caminando creo que por Don Bosco hacia Luro, aparentemente allí iba a haber algo de música aunque no recuerdo qué, probablemente un seminario, una clase o algo por el estilo.
A mitad de camino me encontré con que yacía sobre un cordón un estuche de contrabajo, de color rojo (no sé si hace falta aclarar que ese color no es habitual). Cada vez que estuve en este sueño me lo crucé en el mismo lugar, y no era el mismo evento repetido, eran todos días diferentes, yo recordaba haber pasado por ahí anteriormente y haberme cruzado ya con el estuche. Todas y cada una de las veces detuve mi marcha y me quedé varios minutos parado debatiendo conmigo mismo si debería llevármelo o no. No todos los días se encuentra uno un instrumento musical regalado. Lo cierto es que cada vez que lo soñé, ni siquiera me atreví a abrir el estuche y mirar si adentro había un contrabajo o era sólo su cobertura. Todas las veces seguí mi camino, con la conclusión de que no debería tomar cosas que realmente no necesito o que no sé si quiero, pero tambien con la intriga y las ganas de animarme a abrirlo la próxima vez. Tal vez haya una próxima, pero nada me garantiza que no vuelva a hacer lo mismo.
Viernes
Habiendo pasado unos días en los cuales pude reflexionar un poco más acerca del sueño, agrego un par de conclusiones:
Doy mucha importancia al hecho de que cada vez que me fui, me acompañó durante el resto del camino la idea de que debería haberlo aunque sea abierto, la intriga, la sensación de tener que acercarme la próxima vez que pase. Junto con ello, el pensamiento de que un contrabajo con un estuche rojo no puede durar muchos días más en la vía pública sin que otra persona lo lleve.
¿Será que nunca me atrevo a ir a buscar las cosas, y sólo acepto que vengan a mí por su cuenta? ¿Por qué me cuesta tanto asumir que quiero algo?
No me termino de decidir si los sueños son un mundo paralelo en el que vivimos, y cuando dormimos allá despertamos acá y viceversa; o si son mensajes de nuestro subconsciente o de los de otras personas con las que conectamos. Quizas sea todo a la vez y ambas dimensiones necesitan interactuar entre sí para que podamos vivir en ellas de manera simultánea.
El sueño fue uno de esos sueños reiterados, no sé cuántas veces lo habré visitado, pero esta noche fueron dos seguidas y ya tenía la sensación de haber estado ahí antes.
Era la tarde temprano e iba caminando creo que por Don Bosco hacia Luro, aparentemente allí iba a haber algo de música aunque no recuerdo qué, probablemente un seminario, una clase o algo por el estilo.
A mitad de camino me encontré con que yacía sobre un cordón un estuche de contrabajo, de color rojo (no sé si hace falta aclarar que ese color no es habitual). Cada vez que estuve en este sueño me lo crucé en el mismo lugar, y no era el mismo evento repetido, eran todos días diferentes, yo recordaba haber pasado por ahí anteriormente y haberme cruzado ya con el estuche. Todas y cada una de las veces detuve mi marcha y me quedé varios minutos parado debatiendo conmigo mismo si debería llevármelo o no. No todos los días se encuentra uno un instrumento musical regalado. Lo cierto es que cada vez que lo soñé, ni siquiera me atreví a abrir el estuche y mirar si adentro había un contrabajo o era sólo su cobertura. Todas las veces seguí mi camino, con la conclusión de que no debería tomar cosas que realmente no necesito o que no sé si quiero, pero tambien con la intriga y las ganas de animarme a abrirlo la próxima vez. Tal vez haya una próxima, pero nada me garantiza que no vuelva a hacer lo mismo.
Viernes
Habiendo pasado unos días en los cuales pude reflexionar un poco más acerca del sueño, agrego un par de conclusiones:
Doy mucha importancia al hecho de que cada vez que me fui, me acompañó durante el resto del camino la idea de que debería haberlo aunque sea abierto, la intriga, la sensación de tener que acercarme la próxima vez que pase. Junto con ello, el pensamiento de que un contrabajo con un estuche rojo no puede durar muchos días más en la vía pública sin que otra persona lo lleve.
¿Será que nunca me atrevo a ir a buscar las cosas, y sólo acepto que vengan a mí por su cuenta? ¿Por qué me cuesta tanto asumir que quiero algo?
martes, 8 de enero de 2013
El botón de autodestrucción
Está ahí siempre, aún no sé cómo sacármelo. Es lo peor de mí. Lo odio con todo mi ser, pero sobre todo no termino de comprenderlo, y nadie lo hace. Lo mejor que he logrado hacer fue ocultarlo, y cuando creo que me lo pude quitar, alguien lo presiona accidentalmente.
Se necesita que alguien que es muy importante para mí haga algo seguramente sin malas intenciones, sin saber que me han puesto en un lugar totalmente accesible un botón de autodestrucción.
De ahí en más se despierta el fantasma que más temo, el Fantasma de la No-Pertenencia. Sus métodos son muy sutiles: principalmente me habla, me dice que estoy de más en alguna parte, que mi presencia no es deseada, que estorbo, que sobro, que hago daño. Que las personas están mejor si me alejo y reinterpreta la realidad para encajarla en su teoría.
Luego me quita la voz casi por completo, hablar comienza a significar para mí saltar una muralla cada vez que lo hago. Da vuelta mis pies y cada vez que me quiero acercar, camino hacia atrás.
Me señaliza con un cartel de "estoy bien solo", acompañado de un tono orgulloso y soberbio, para ahuyentar cualquier intento ajeno por preocuparse por mí. Por último, convence a los demás de que realmente no debo estar ahí, con un argumento perfectamente lógico: ¿Quién quiere cerca a una persona que actúa de manera exactamente opuesta a lo que siente?...
Todos tenemos fantasmas, éste es el más grande de los míos, con el que más he lastimado a otros y por supuesto a mí mismo. Aún no sé cómo lidiar con él.
Se necesita que alguien que es muy importante para mí haga algo seguramente sin malas intenciones, sin saber que me han puesto en un lugar totalmente accesible un botón de autodestrucción.
De ahí en más se despierta el fantasma que más temo, el Fantasma de la No-Pertenencia. Sus métodos son muy sutiles: principalmente me habla, me dice que estoy de más en alguna parte, que mi presencia no es deseada, que estorbo, que sobro, que hago daño. Que las personas están mejor si me alejo y reinterpreta la realidad para encajarla en su teoría.
Luego me quita la voz casi por completo, hablar comienza a significar para mí saltar una muralla cada vez que lo hago. Da vuelta mis pies y cada vez que me quiero acercar, camino hacia atrás.
Me señaliza con un cartel de "estoy bien solo", acompañado de un tono orgulloso y soberbio, para ahuyentar cualquier intento ajeno por preocuparse por mí. Por último, convence a los demás de que realmente no debo estar ahí, con un argumento perfectamente lógico: ¿Quién quiere cerca a una persona que actúa de manera exactamente opuesta a lo que siente?...
Todos tenemos fantasmas, éste es el más grande de los míos, con el que más he lastimado a otros y por supuesto a mí mismo. Aún no sé cómo lidiar con él.
viernes, 4 de enero de 2013
Carta a un ser triste
La razón por la cual te escribo es que creo entenderte profundamente aún sin escucharte. Sé que no sos de expresar, pero me basta con mirarme al espejo para comprender ciertas cosas. Como que creciste antes de tiempo, sin que nadie te preguntara, el pasar de los años no sólo distorsionó tu entorno, sino que también te mutó a vos. Fuiste perdiendo sonrisas y cuestionabas si crecer realmente se trata de eso. Pero mientras te lo ibas preguntando, las ibas perdiendo de todos modos, y yo iba perdiendo las mías. Será que a quien no quiere crecer por las buenas, le toca por las malas.
Considerás que no deberías ser tan sensible, a veces odiás el hecho de que todo lo que te rodea te afecte tanto. Te aterra pensar que haya personas que puedan destruírte con sólo una palabra, o peor aún, con un silencio.
Lo que no sabés es que mientras creés que sos un fracaso, yo pienso que sos exactamente como deberías ser. El problema no es tu sensibilidad, es la insensibilidad de la mayoría de las personas. Si todos fuéramos igual de emocionales, entonces no sería preocupante serlo, pues todos nos interesaríamos por los sentimientos ajenos, les prestaríamos atención y los cuidaríamos. Estaríamos mejor que con estas caretas de inertes que usamos ahora.
Te preguntarás por qué te escribo, y es porque sin que lo sepas, cada noche solitaria ahogándote en melancolías no fue realmente tan solitaria, porque hoy me acompañan todas juntas. Aunque sientas que el mundo que te rodea es hostil, mientras haya gente como vos aún se puede decir que es un lugar en el que vale la pena estar. Sé que es difícil, pero algunas personas te necesitamos así, la vida te eligió a vos porque podés aguantarlo. No hay fortaleza mayor que la de exponer las fragilidades.
Atentamente
Máximo
Considerás que no deberías ser tan sensible, a veces odiás el hecho de que todo lo que te rodea te afecte tanto. Te aterra pensar que haya personas que puedan destruírte con sólo una palabra, o peor aún, con un silencio.
Lo que no sabés es que mientras creés que sos un fracaso, yo pienso que sos exactamente como deberías ser. El problema no es tu sensibilidad, es la insensibilidad de la mayoría de las personas. Si todos fuéramos igual de emocionales, entonces no sería preocupante serlo, pues todos nos interesaríamos por los sentimientos ajenos, les prestaríamos atención y los cuidaríamos. Estaríamos mejor que con estas caretas de inertes que usamos ahora.
Te preguntarás por qué te escribo, y es porque sin que lo sepas, cada noche solitaria ahogándote en melancolías no fue realmente tan solitaria, porque hoy me acompañan todas juntas. Aunque sientas que el mundo que te rodea es hostil, mientras haya gente como vos aún se puede decir que es un lugar en el que vale la pena estar. Sé que es difícil, pero algunas personas te necesitamos así, la vida te eligió a vos porque podés aguantarlo. No hay fortaleza mayor que la de exponer las fragilidades.
Atentamente
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